Que El Señor Ministro De Relaciones Exteriores Dirige Á Los Gobiernos De Guatemala, El Salvador Y Costa Rica Y Al Cuerpo Diplomático, Acreditado En Centro América, Con Motivo De La Cuestión De Honduras
Normas Jurídicas
de Nicaragua
Materia: Relaciones Internacionales
Rango: Circular
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QUE EL SEÑOR MINISTRO DE
RELACIONES EXTERIORES DIRIGE Á LOS GOBIERNOS DE GUATEMALA, EL
SALVADOR Y COSTA RICA Y AL CUERPO DIPLOMÁTICO, ACREDITADO EN CENTRO
AMÉRICA, CON MOTIVO DE LA CUESTIÓN DE HONDURAS
CIRCULAR, Aprobado el 28 de Noviembre de 1893
Publicado en La Gaceta No. 90 del 2 de Diciembre de 1893
Managua, 28 de noviembre de 1893.
Señor:
El ciudadano Presidente de esta República me ha dado instrucciones
para dirigirme á V. E. en los términos siguientes:
Por extremo sensible es al Gobierno de Nicaragua verse en el deber
de levantar la voz para rechazar cargos patentemente injustos,
lanzados contra su lealtad y recto proceder por el Gobierno de
Honduras, que parece empeñado en apartarse de la senda que le
trazan sus deberes internacionales, y en provocar un conflicto que
tiene que ser, sin duda, de fatales consecuencias para el progreso
de estos países y el bienestar de Centro - América. El Gobierno y
pueblo nicaragüenses abrigan altas simpatías por aquella República
y no quieren ver señalados los lindes de sus dominios con montones
de cadáveres y arroyos de sangre. Nicaragua no quiere guerra con
ningún pueblo; ama la paz y está dispuesta á hacer por ella todo
esfuerzo y sacrificio que puedan conciliarse con lo que reclama su
dignidad de pueblo libre. Esta declaratoria franca y terminante nos
servirá de justificación en lo futuro, porque abona nuestros
propósitos, evidencia nuestra rectitud y pone de relieve que no
buscamos seguridad en el campo de la discordia, sino tras el escudo
del honor y del derecho. Si por desgracia, llegare el caso de la
lucha, seguros estamos de probar que la moderación no es
incompatible con la firmeza, y que el deseo de la paz no debilita
el carácter para la guerra.
Después de nuestra última revolución, iniciada y concluida
gloriosamente en el breve término de dos semanas, el Gobierno entró
de lleno en la tarea administrativa; y la Asamblea Constituyente,
reunida conforme al Pacto de Managua, abrió en la época debida
sesiones, y se ocupa todavía en elaborar la ley fundamentalmente
que ha de regir la marcha imprimida al país por el empuje vigoroso
de las nuevas ideas. Reconstitución, reorganización del Estado,
advenimiento de la paz, restablecimiento definitivo del orden
legal, han sido el único norte de la política del Gobierno y de los
trabajos de la Asamblea.
De repente, y con grave sorpresa, llega á esta República la noticia
de que el Congreso hondureño, por decreto de 30 de Octubre último,
había autorizado al Poder Ejecutivo para declarar y hacer la guerra
á Nicaragua, en caso de perturbarse la paz de Honduras por
invasiones procedentes de nuestro territorio. El decreto se basa en
la aseveración de que el Gobierno de Nicaragua es responsable de
los males ocasionados á aquel país, por las revoluciones pasadas, á
causa de haber consentido que se organizaran las expediciones en
nuestro suelo; y en el supuesto de que intente encender de nuevo en
la tierra hondureña el fuego de la guerra civil, dando auxilios de
todo género y elementos de acción á los enemigos de aquel Gobierno
asilados en Nicaragua.
Creciendo en absoluto de razón el fundamento alegado para esa
medida, pues no ha dado este Gobierno motivo fundado de queja á ese
respecto; no habiendo mediado últimamente, de parte del Gabinete
hondureño, gestión ninguna referente al asunto, que pudiera dar por
resultado un avenimiento amistoso y la satisfacción de querellante
dentro de los términos de nuestro decoro; siendo esa declaración ex
abruto un acto desviado de las prácticas de los gobiernos cultos,
que sólo apelan al recurso extremo de la guerra cuando del todo han
agotado el caudal de los recursos pacíficos, porque comprenden que
no son dueños de la sangre y de los tesoros de sus pueblos, para
verterlos con innecesaria prodigalidad; siendo ese decreto
enteramente inútil, porque la Constitución de Honduras autoriza al
Poder Ejecutivo para declarar la guerra durante el receso del
Congreso, lo cual hace redundante una autorización especial; y
habiendo de por medio entre ambas naciones un Tratado de amistad
que en su artículo 2º prescribe que en ningún caso las partes
contratantes se harán la guerra, sino que resolverán diferencias
por el medio humanitario del arbitraje; mi Gobierno que esperaba en
el Estado vecino un orden de cosas regular y civilizado, se
resistió á dar crédito á la noticia, y esperó que el de Honduras le
dirigiese algún cargo formal para desvanecerlo cumplidamente. No
sucedió así. Comenzaron a llegarnos avisos de preparativos de
guerra en Honduras, de acantonamiento de tropas cerca de la
frontera, como para facilitar una sorpresa en la invasión que se
proyecta; la prensa semioficial de aquel Gobierno elevó su tono al
grado de amenazar, haciendo alarde de fuerza; y todo parece indicar
que está en punto la América del Centro de presenciar un nuevo
escándalo que quizá no sea enteramente infructuoso, porque cuando
la injusticia humana se empeña en llevar á término su obra, la
justicia divina se encargara de ponerle dique al torrente y de
restablecer el equilibrio moral de las sociedades.
Contra esa hostilidad del Gobierno de Honduras, el de Nicaragua no
levantó airado su voz, sino que en términos razonables dio cuenta
al público de su conducta y refutó los cargos dirigidos contra su
lealtad. ¿Que más puede hacerse en obsequio de la paz, en favor de
la buena armonía de dos Estados hermanos? Dar explicaciones que no
se le piden no puede un Gobierno serio, sin ofender la dignidad del
pueblo que representa.
Llegó después, un poco tarde, á conocimiento de mi Gobierno la
circular que, con fecha 1º del corriente, el Ministro de Relaciones
Exteriores de Honduras dirigió á los demás de Centro América, y
como es natural, la lectura de ese documento produjo indefinible
extrañeza. En el fondo carece de razón; se basa principalmente en
suposiciones del todo gratuitas; y en la forma, dista mucho de la
gravedad con que deben tratarse las cuestiones de ese género, pues
la defensa enérgica del propio derecho, no está reñida con la
cortesía ni con el respeto que todo Gobierno se debe á sí mismo y á
aquellos á quienes se dirige.
Comienza ese documento por decir que denuncia ante el mundo la
conducta poco sincera, antipatriótica y aun inmoral de un Estado
vecino de Honduras; se refiere a Nicaragua. Un cargo tan grave no
se lanza sin tener á la mano pruebas inconcusas de su verdad,
porque el mundo civilizado y la historia, que son los jueces
imparciales de estas contiendas, no pueden aceptar como infalible
la palabra de uno de los interesados que no ve las cosas con
claridad sino al través del prisma de su enojo. Mi Gobierno exige
pruebas evidentes de que ha tenido parte en las perturbaciones de
Honduras, promoviéndolas ó tolerándolas. Lejos de eso, sumas
cuantiosas se han invertido en la persecución de los
revolucionarios hondureños; órdenes repetidas de reconcentración se
han expedido; medidas de todo género se han dictado para cumplir
con los deberes de buena vecindad, respecto á un Gobierno que, para
desgracia suya, no ha podido lograr que vuelvan a sus hogares
multitud de proscritos, que han buscado refugio en nuestro suelo
contra las persecuciones que temen en su patria. No siempre las
medidas precautorias ó represivas han surtido efecto. El interés y
la astucia burlan la vigilancia más activa; y en más de una ocasión
ocurre que el empleado subalterno no cumple con las órdenes
superiores, y tiene suficiente habilidad para disfrazar su omisión.
Por otra parte, el mundo entero sabe que la revolución de Honduras
no tuvo elementos suficientes para luchar, y que esa falta fue
quizás la causa principal de su fracaso. Si el Gobierno de
Nicaragua hubiese tenido el interés que se le supone en la empresa,
habría suministrado á los revolucionarios parte suficiente de los
abundantes elementos de que dispone; y en tal caso, sería tal vez,
á esta hora, muy distinta la suerte de Honduras y la nuestra.
Es un principio de derecho, sentado por la razón y sancionado por
la práctica, que la unidad moral de los Gobiernos se conserva al
través de la diferencia de personas que ejercen el poder, y aún á
pesar del cambio de las formas constitucionales; y que no puede un
Gobierno rechazar, en perjuicio de otro, tratándose de un mismo
acto público, el criterio de apreciación que una vez ha adoptado.
Si al ventilar una cuestión, ha hecho una declaratoria franca y
terminante de su manera de apreciarla, no es digno que
posteriormente varíe de sentir, cuando ese cambio trae daño á los
intereses de la otra parte.
De acuerdo con estos principios, consignaré aquí algunas palabras
que revelan el juicio que el Gobierno de Honduras, presidido por el
General don Ponciano Leiva, y el que fue Comandante en Jefe del
Ejército de operaciones del Sur, General don Domingo Vásquez,
actual Presidente de aquella República, se formaron de la conducta
de este Gobierno, con relación á los acontecimientos de 1892.
En telegrama de 18 de Septiembre de ese año, dijo al nuestro el
señor Ministro de Relaciones Exteriores de Honduras; El
señor Leiva, señor Ministro, desea sinceramente la consecución de
la paz; y como el señor Presidente Sacasa está animado de iguales
sentimientos, abriga la creencia de que los hechos ocurridos no
serán suficiente motivo para alterar las relaciones de
confraternidad que felizmente existen entre ambos
Gobiernos.En el 21 del
propio mes, y con motivo del allanamiento de nuestro territorio, al
anunciar el envío de un Ministro Plenipotenciario á Nicaragua, dijo
que éste venía ampliamente facultado para concluir todos los
arreglos conducentes al logro de los elevados propósitos que
abrigaban los señores Presidentes de ambas Repúblicas. Y el
señor Ministro hondureño don Adolfo Zúñiga, interpretando fielmente
los sentimientos de su Gobierno, consignó en oficio pasado á este
Ministerio el 15 de Octubre, las siguientes textuales palabras:-
No obstante, señor Ministro, el Gobierno de Honduras HA
TENIDO PLENA Y ABSOLUTA CONFIANZA EN LA HONRADEZ Y LEALTAD DEL
GOBIERNO DE NICARAGUA Y EN LA HIDALGUÍA Y ALTEZA DE SENTIMIENTOS
DEL EXCMO. SEÑOR GENERAL PRESIDENTE SACASA. Ninguna reclamación
se ha hecho al Gobierno de V. E. á pesar de los clamores de la
opinión, limitándonos á pedir la efectividad de la concentración de
los emigrados, por razones cuya justicia sería demás
encarecer.
Y es tal y tan ilimitada la confianza del Gobierno de
Honduras EN SU AMIGO Y ALIADO EL GOBIERNO DE NICARAGUA, que
el infrascrito no trepidó un momento en poner en manos de V. E.
copia de la correspondencia tomada en el Corpus al Coronel Sierra,
cuyos documentos, como V. E. dice en de despacho del 8, vienen de
la manera más franca y espontánea á dar testimonio de la lealtad de
este Gobierno y justificarlo por completo de la tolerancia de que
se le acusa, y de la cual ha querido deducirse cierta especie de
complicidad en los trabajos revolucionarios de los
emigrados.
Volviendo un poco atrás en las fechas, recordaré los siguientes
términos de un telegrama dirigido por el General Vásquez al General
nicaragüense don Francisco Gutiérrez, Inspector militar de nuestra
frontera:- Las trasgresiones á U. se refiere han sido en
persecución de los facciosos; si UU. los protegen
deberíamos ir hasta Managua; PERO NO SIENDO ASÍ, COMO LO
CREO, no debería alarmarse, PUESTO QUE ESE GOBIERNO DESEA LA
CAPTURA DE LOS FACCIOSOS, y sus agentes en ese Departamento no
han tenido poder para hacerlo, y casi á su presencia se han
organizado facciones é inválido nuestro territorio durante tres
meses.
Se ve, pues, que á pesar de que los revolucionarios habían partido
de nuestro territorio, el Gobierno hondureño no encontraba
complicidad en el de Nicaragua y admitía por tanto la posibilidad,
que es para nosotros certeza, de que las partidas se armaban a
pesar de los esfuerzos de este Gobierno en impedirlo. De otro modo
habría reclamado formalmente contra Nicaragua, y no se habrían
avenido a dar satisfacción, completas de las ofensas inferidas por
sus fuerzas á nuestro pabellón, sin qué antes recibiese Honduras
cumplido desagravio de nuestra parte. Ni el General Vásquez, si
hubiese sentido lo contrario, habría dicho con tanta claridad, que
no creía que el Gobierno de Sacasa protegiese á los
facciosos.
En el movimiento revolucionario llevado á cabo en este año por los
enemigos del Gobierno de Honduras, ocurrió lo mismo que en los
anteriores. ¿Quien no conoce la difícil situación económica y
política del Gobierno de Sacasa, durante el período en que se
verificaron los acontecimientos referidos? Conatos repetidos de
revolución y general descontento del país hacia su Gobierno lo
habían reducido á la extremidad de no poder atender cumplidamente
ni aun á su propia defensa. Los revolucionarios de Honduras,
entendidos con la oposición de Nicaragua podían llegar á serle el
más peligroso de los elementos hostiles: no obstante, dictó contra
ellos medidas que algunos de sus amigos y muchos de sus adversarios
se encargaron de hacer nugatorias.
No estaba moralmente obligado á hacer por otro más de lo que podía
a favor suyo. Serán, pues, responsables del daño los particulares
que auxiliaron á los facciosos, pero nunca el Gobierno que hizo
cuanto en su mano estuvo para cumplir con su deber. La verdad de
estos asertos la demuestra el hecho de que, aun no había terminado
el movimiento de Honduras, cuando se desplomaba el Gobierno de
Sacasa al golpe de la revolución de Abril.
Con la Junta de Gobierno que nació del Pacto de Sabana Grande,
mantuvo el Gobierno de Honduras buenas relaciones de amistad. De
una nota dirigida á esta Secretaría por la de Relaciones Exteriores
de aquel Estado, tomo las palabras siguientes; No duda mi
Gabinete, sin embargo, de que pronto han de cesar estos motivos de
alarma para ambos países, y de que dominando un criterio más
tranquilo y desapasionado en los respectivos gabinetes, se ha de
encontrar luego, de una manera decorosa, la forma para establecer
la confianza y la buena amistad entre ambos Gobiernos, ya que nadie
puede comprender las razones que pudieran existir para que Honduras
y Nicaragua no se avengan en todo caso, como países vecinos
y amigos, ENTRE LOS CUALES NO HAY INTERESES ENCONTRADOS, y
sí solo aspiraciones y antecedentes comunes.
Si el Gobierno de Honduras hubiese tenido con el nicaragüense
diferencias que esclarecer ó injurias de que pedir satisfacción,
habría formalizado su demanda antes de entrar en relaciones de
amistad, porque de otro modo, ó no fueron sinceras sus
declaraciones, ó ha tolerado, con mengua de la dignidad de su
Nación, graves ofensas.
Con lo dicho queda demostrado suficientemente que no es cierto,
como lo afirma la citada circular, que el Gobierno de Nicaragua se
haya convertido, de algunos años á esta parte, en el agente más
activo contra la paz y el sosiego de Honduras; ni que éste Estado
haya sido victima de la conducta poco leal de nuestro Gobierno; ni
que este halla permitido á los revolucionarios alistarse en nuestro
suelo para la guerra contra su patria.
Cuando estalló en León la Revolución de Julio, algunos oficiales
hondureños, pocos en número, se agregaron voluntariamente á sus
filas. Fueron sus servicios aceptados sin compromiso de ningún
género, que tampoco ellos lo exigieron, puesto que su resolución no
obedeció á otra cosa que á sus simpatías por la causa liberal.
Tuvieron su parte, y de importancia, en el triunfo y en la gloria
de la campaña; pero concluida ésta, no han recibido otra recompensa
que el afecto de sus amigos, y lo poco en que el Gobierno ha podido
contribuir para hacerles más llevadera su vida de ostracismo. Si la
gratitud es un delito, la humanidad, el Gobierno está dispuesto á
aceptar la responsabilidad consiguiente.
El señor Presidente Vásquez ha estado bien al corriente, desde el
principio, de la participación que tomaron en el movimiento esos
emigrados hondureños, por aviso que de ello le dio, en telegrama de
23 de Julio último, el Ministro de Relaciones Exteriores don
Anselmo H. Rivas; y sin embargo, su Ministro, en oficio de 10 de
Agosto, dijo á este Gobierno que la revolución de Julio había
despertado simpatías en aquella despertado simpatías en aquella
República.
Un oficio de 22 de Septiembre nos trajo estos conceptos
También desea el señor Presidente de esta República manifestar
al de esa, en ocasión como la presente, y de la manera más solemne,
que considera la unión de los Estados centroamericanos en una sola
entidad política, como una de sus grandes aspiraciones. Dadas las
reconocidas dotes de patriotismo, y las elevadas miras que
tanto caracterizan al personal de ese Gobierno, justo es
esperar que éste SERÁ UN NUEVO MOTIVO DE UNIÓN ENTRE AMBOS,
ya que su concurso se hace necesario en obra tan grandiosa y de
resultados tan fecundos.
¿Como pueden armonizarse todas estas muestras de amistad con la
afirmación de que el Gobierno de Nicaragua es el peor enemigo de la
tranquilidad de Honduras?
Para confutar el último cargo que se hace á este Gobierno por haber
concedido empleos á varios emigrados hondureños, me bastará
recordar lo que á este respecto dispone el Derecho
Internacional.
El principio de no intervención en los negocios internos de otro
Estado, no autoriza al Gobierno que da asilo para molestar al
proscrito con privaciones innecesarias, ni le impide moderar con el
aprecio su situación, ni aprovecharse de sus aptitudes en cualquier
sentido honesto, ni conferirle distinciones merecidas, siempre que
nada de esto redunde en daño del otro Gobierno interesado. Para el
que ama de veras á su patria, el verse privado de su aire y de su
luz es quizá tan grave mal como la muerte; importa que la compasión
lo suavice y que el Derecho de Gentes no se convierta en un nudo de
hierro para la desgracia.
Lejos de negar mi Gobierno que ha dado destinos, demás o menos
importancia, a varios emigrados que contribuyeron al
establecimiento de la actual situación política, lo confiesa con
satisfacción, porque no es digno de censura el reconocimiento; y
porque eso mismo en que se pretende fundar un cargo contra él, es
una prueba palmaria de su benévola intención, pues con la
obligación del servicio público, lejos de la frontera, dejo a tales
empleados sujetos a su destino y en imposibilidad de lanzarse de
nuevo a los azares de la guerra.
No es cierto que Nicaragua profese á Honduras mala voluntad, ni que
tenga respecto a ella propósitos ocultos ni mucho menos, que trate
de usurparle su territorio ó cualquiera otro de sus más sagrados
intereses.
Tal suposición es del todo gratuita, y revela la poca confianza que
tiene el Gobernante de Honduras en poder lanzar contra Nicaragua el
sentimiento nacional de su pueblo, cuando apela á ese remedio
vicioso para estimular su patriotismo.
Nicaragua no profesa odio á ningún Estado; generosa y hospitalaria,
acoge en su seno á todos los hijos de otros países que llegan á sus
puertas, en testimonio de aprecio á las naciones de que proceden.
Esta consideración sube de punto, tratándose de hijos de las otras
secciones de Centro-América, consideradas por nosotros como
miembros disgregados de una sola patria.
Tengo una demostración clara de que no existe el odio que senos
imputa. Después de expedido el decreto de guerra del Congreso
hondureño, y cuando ya teníamos de él conocimiento extraoficial,
pero cierto, nuestra Legación en Costa-Rica, en cumplimiento de
instrucciones que se le comunicaron, y con motivo del bombardeo del
vapor americano en Amapala, se dirigió a aquel Gobierno,
invitándolo formalmente a trabajar de consuno con el de Nicaragua,
para obtener que el incidente aludido terminase del modo que fuese
menos adverso para Honduras.
Con respecto á territorio, qué ambición puede impulsarnos al ajeno,
teniéndolo en cantidad inmensa, rico y generoso, regado por
innumerables fuentes y embellecido por dos lagos pintorescos?
Nunca la cuestión de límites con nuestra vecina del Norte ha
causado dificultades de gravedad. Una comisión mixta concluyó el
año 1889 la demarcación del con término entre los departamentos de
Nueva Segovia, por una parte, y de Choluteca por otra; y han cesado
así, por completo, las pequeñas diferencias originadas de la
indeterminación de la frontera. Por el lado del Atlántico, ambos
Gobiernos han convenido en mantener el statu quo; y el
asenso de Nicaragua al establecimiento de las empresas de la
Honduras Comercial Company demuestra hasta qué punto
anteponemos el interés de la fraternidad al valor de un pedazo de
tierra.
Dicha Compañía obra como sucesora de un privilegio del Gobierno de
Honduras para explotar una de las mejores partes de la zona
disputada, en la cual tenemos derecho de posesión; y el de
Nicaragua no quiso perjudicar á la sociedad concesionaria, ni
tratar de anular aquel acto, sino que se conformó con la protesta
de que el privilegio otorgado no perjudicaría sus derechos
territoriales; no obstante haber precedido promesa de aquel
Gobierno de suspender los efectos de tal concesión, mientras no se
terminase definitivamente el arreglo de fronteras.
Nuestra buena disposición hacia el Gobierno hondureño, no nos ha
puesto á cubierto de sus ofensas. Fuerza armada de aquella
República ha allanado nuestro suelo y cometido en él incalificables
abusos, hasta el punto de ultrajar el pabellón nicaragüense,
enarbolado por un representante de la autoridad pública, en
demostración de la soberanía nacional.
La reprobación terminante que hizo de tales tropelías el señor
Presidente Leiva, y la satisfacción cumplida que ofreció por medio
de su Agente Diplomático, don Adolfo Zúñiga, contradicen la
afirmación que se hace en la circular que refuto, de que Nicaragua
jamás ha recibido ofensa del Estado vecino. Si más tarde el
Congreso de Honduras negó su aprobación al Tratado que se celebró
sobre el asunto, esto sólo indica que muchas veces el eco de
intereses extraños se impone con violencia al clamor de la
justicia.
La amenaza que el Gobierno de Honduras nos dirige, careciendo en
absoluto de razón, no puede dejar de inspirarnos un sentimiento de
profunda tristeza, al ver que nuestro vecino retrograda en el
camino de la civilización. Creíamos que, no obstante las
disensiones domésticas, las relaciones de Estado á Estado avanzaban
hacia el norte de la unidad, que es uno de los más bellos ideales
del patriotismo centroamericano; pero vemos lo contrario, con sumo
dolor. Volverá quizá para Centro-América el período luctuoso de la
guerra; la feroz discordia ahogará la fraternidad, y la simiente
del bien no podrá germinar en un campo esterilizado con
sangre.
Si es posible evitar este funesto resultado, Nicaragua, que
conserva su ánimo sereno, y que ama la paz, y que se interesa por
el honor de sus hermanas como por el suyo propio, está dispuesta á
una reconciliación que concluya, de modo honroso, el asunto que
motiva la presente. Más, si por desgracia, este buen deseo fuere
estéril, está apercibida á defenderse sola, porque es arma
suficiente su derecho, y muralla poderosa el patriotismo de sus
hijos.
Es previsión, pues, del grave mal que la amenaza, y segura de tener
de su parte la justicia, declina en el que la provoca la
responsabilidad de los acontecimientos que puedan sobrevenir; y por
cuanto el Gobierno de Honduras ha faltado terminantemente al
compromiso contraído con el de Nicaragua en el Tratado de paz y
amistad que he citado antes; y haciendo apreciaciones ofensivas de
su conducta, se ha propuesto atraer sobre ella la animadversión de
los demás Estados amigos, este Gobierno se cree libre de adoptar
las medidas que más convengan á la seguridad de los sagrados
intereses nacionales encomendados á su lealtad y patriotismo,
mientras el Gobierno de Honduras no vuelva espontáneamente al
camino que le señalan la justicia y la conveniencia de dos pueblos,
unidos por el vínculo sagrado de la fraternidad en la historia, y
por la perspectiva de idénticos y gloriosos destinos en el
porvenir.
Ruego á V. E. se digne elevar lo expuesto al conocimiento de su
Gobierno, y aceptar las muestras de alto aprecio y consideración
distinguida con que me suscribo de V. E. atento seguro servidor.
José Madriz.
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